jueves, 13 de enero de 2011

Un Rincón cerca del cielo Por Charles Kuralt

"Hay PILOTOS viejos, y hay pilotos audaces" reza un dicho que se oye con frecuencia por hangares de los aeropuertos. "No hay pilotos viejos y audaces".
De TODOS los pilotos  viejos a cuyas manos he confiado mi vida, Don Sheldon es al que siempre le estaré más agradecido.
Una primavera en que andaba vagabundeando por Alaska en compañía del camarógrado Izzy Bleckman, se me ocurrió de pronto tomar algunos acercamientos  del pico McKinley, o "Denali", como le llaman los indígenas, la montaña más alta de Ámerica del Norte. Nos dirigimos en auto a la aldea de Talkeetna y contratamos a Sheldon, célebre piloto de montaña, para que nos llevara allá arriba. Era un hombre delgado, de pelo ralo y aspecto ordinario. Por su sencillez, no parecía nada legendario. Le ayudamos a sacar del hangar su avioneta Cessna, de un solo motor y equipada con esquíes, y bromeamos con él sobre las peripecias que entraña el volar entre montañas.
Izzy se sentó junto a Sheldon, al frente, y el ingeniero de sonido, Stan Rodginski, se acomodó atrás, junto a mí. Izzy quería volar a traveź de una nube, directamente hacia el McKinley, con la cámara en acción, para que, al salir de la nube, el Pico iluminado por el Sol hiciera una súbita y espectacular aparición.
El paisaje se inclinaba vertiginosamente conforme pasábamos de una nube a otra. Izzy nunca estaba satisfecho, y tuve que sujetarme fuertemente de los brazos de mi asiento y concentrarme en retener lo que había tomado en el desayuno.
-Oigan - dije- ¿Hay algún lugar en que podamos posarnos un rato? Creo que necesitamos descansar.
Conozco el lugar ideal respondió el piloto, inclinando hacia abajo la nariz de la avioneta, lo cual intensificó mi malestar. Minutos después aterrizamos, no sin antes rebotar un poco, en un campo helado del glaciar Ruth.
Al salir del avión, casi me cegó el brillo de la inmensa blancura circundante. El glaciar formaba una vasta y silenciosa cuenca rodeada por masivos acantilados: un universo de hielo y rocas. Casi en línea recta desde el campo de hielo se enguía el Denali, de cuya cumbre, varios kilómetros más arriba, caía nieve.
Después de una largo silencio, uno de nosotros exclamó:
Dios mio! Sí convino Sheldon, Siempre me ha gustado este lugar.
Nos quedamos un largo rato contemplando la montaña, y luego recordamos que habíamos ido a filmarla. Sheldon se puso a vagar por la nieve, caviloso, mientras los otros tres trabajábamos.
Cuando llegó la hora de partir el piloto nos comunicó: "El sol ha ablandado la nieve. No puedo despegar con los cuatro a bordo, pues sería demasiado peso. Lo más que puedo hacer es llevar a uno de ustedes de regreso a Talkeetna. Los otros tendrán que pasar la noche aquí. Vendré a recogerlos por la mañana".
Miré a mi alrededor, imaginando la temperatura que el glaciar tendría por la noche, amén de los lobos y osos que habría allí.
"No hay nada aquí que pueda hacerles daño", nos tranquilizó Don Sheldon.
Mientras sacaba nuestros sacos de dormir, añadió: "Y no estarán solos", señaló entonces con la cabeza el límite del campo de hielo, a unos 1500 kilómetros de allí. "Hay una acogedora cabaña de una habitación, detrás de esa roca. Un sacerdote católico vive aquí, en retiro voluntario. El padre Ron es una buena persona. No le molestará tener visitas"
Tardamos en digerir esta información. ¿Una cabaña en aquel lugar inhóspito? ¿Y no sólo una cabaña, sino un sacerdote? ...
Oí a Izzy decir: "Me quedo". Luego, repetí como autómata: "Por supuesto, yo también me quedo". Entonces Don Sheldon me entregó una larga cuerda.
"Más vale que se amarren uno al otro cuando se dirijan hacía allá", recomendó. "Hay grietas. Nos vemos mañana!"
Subió al asiento del piloto, con Stan a su lado, encendió el motor y despegó. Vimos que la nave se desvanecía entre las. Izzy se ató en extremo de la cuerda a la cintura y me tendió el otro, al tiempo que miraba con recelo mi mole de 100 kilos. "Si uno de nosotros ha de caer a un agujero en el hielo", sentenció. "más vale que sea yo".
Casi una hora después vimos que un hombretón de barba roja caminaba hacia nosotros apoyado en un báculo. Parecía un profeta bíblico.
Buenas tardes, padre- lo saludé ¿Cómo le va?
-Ahórrese el tratamiento-pindió, con voz resonante. No he visto un alma desde el mes pasado! Déjenme que los ayude con la carga. Habló en voz alta todo el camino, cuesta arriba, sin detenerse siquiera a preguntar qué hacíamos allí. Supongo que desde hacía varias semanas no había oído ni su propia voz.
Apuesto a que Don Sheldon los dejó aquí- nos dijo-. Le gusta traer gente al refugio. Bienvenidos!
La cabaña estaba medio enterrada en la nieve. Una estufa de madera, baja, ocupaba el centro, y unos leños crecipitaban en su interior.
El menú, esta noche, es un estofado-anunció el padre Ron-. Es el menú de todas las noches.
Al tiempo que compartíamos su comida, servida en tazones de peltre, el padre Ron nos contó que había ido a Alaska en busca de soledad. Alguien le había hablado de aquel refugio del McKinley, y convenció a Don Sheldon de que lo llevara ahí.
Pues... no convendrá mucho a su soledad que aparezca de pronto desconocidos y se queden toda la noche- observé.
Me agrada mucho tener su compañía-declaró solemnemente el padre Ron. -Estar solo es un gran  don pero un don endiabladamente solitario.
Me reí de su ocurrencia. El sacerdote prodiguió:
-Resulta difícil encontrar soledad en este mundo. Sólo ricos pueden permitírsela...., Y los muy pobres, como yo. Todos los demás sueñan con un espléndido aislamiento, pero sólo pueden soñar con él. La vida diaria debe vivirse con los demás.
Le dije que lo envidiaba por haber escapado de la rutina cotidiana.
-Sí- convini,- la soledad permite la comunión con Dios. Pero a esta hora del día, uno necesita la comunión con los humanos. Dios nos escucha, pero nos habla mucho.
Nos quedamos callados los tres, meditando en esta idea.
-Pero ahora- anunció el padre Ron,- disfruten del espectáculo de sobremesa!
En el cielo, a nuestras espaldas. una trémula luz blanca brilló a cada momento más intensa, tomó un tono morado, luego rosado, y de pronto se proyectó como un relámpago hasta la bóveda celeste. Yo ya había visto la aurora boreal, pero esto era distinto. Brillantes tonos pastel temblaban sobre la silueta de las montañas.
-Señores, si me lo permiten, me voy a dormir- se excusó el padre Ron, y pronto lo oímos roncar.
Pero Izzy y yo nos quedamos sentados toda esa breve noche subártica, contemplando aquellos ríos de luz. Teníamos los mejores asientos del planeta para disfrutar del espectáculo más fastuoso de la naturaleza.
Ninguno de nosotrosha encontrado las palabras adecuadas para describir a los demás lo que vimos aquella noche, aunque intentamos comunicar al padre Ron, en cuanto despertó, lo que había perdido.
El sacerdote dijo en tono ufano: -En esta posada hacemos lo posible por agradar a nuestros huéspedes. ¿Cómo toman ustedes el café?
Estabamos atándonos con las cuerdas en el borde del campo helado, cuando aterrizó la Cessna de Sheldon. El padre Ron nos ayudó a cargar nuestro equipo, y luego nos despedimos de él con un apretón de manos. Izzy y yo nos subimos al aparato y dejamos al barbado profeta allí, otra vez con Dios como único interlocutor.
-¿Pasaron buena noche? -nos preguntó a voces Sheldon entre el estruendo del motor.
-No estuvo mal- repuse-. Aunque no es muy buen lugar para dormir, con todas esas luces que entran por la ventana. Don rió y replicó:
-Pensé que pasarían muy bien allá arriba. Es el lugar más bello que he visto.
-Soy de la misma opinión comenté- ¿Cómo agradecerles esto, Don?
-No me dé las gracias a mí, sino a la nieve blanda de ayer.

Eso fue lo que dijo el piloto, pero yo tengo mis dudas. Más bien considero que le parecimos dos tipos demasiado inquietos, a quienes no vendría mal una noche de calma y contemplación. Por desgracia, ahora Don Sheldon padecía de cáncer desde entonces, y lo sabía; falleció menos de un año después. Es posible ver su bombre impreso en el nuevo mapa del pico McKinley trazado por la sociedad Geológica. La bella hondonada blanca del glaciar de Ruth, donde la aurora boreal despliega su hermosura, lleva para siempre el nombre de Anfiteatro Don Sheldon. ...

¿Qué te pareció la história? ¿Aprendistes algo?

Yo aprendí muchas cosas fijate. Aunque no es algo sacado de la biblia ni mucho menos "el señor de barba que parecía profeta", pero me dejá una clara lección de que: Muchas veces vivimos la vida solo por momentos, y nos llenamos de tanto ruido a nuestro alrededor, de bulla y sonidos por todos lados. 
Pero como lo mencionó el señor: Dios quiere hablarnos! Pero el problema somos nosotros.

"Yo amo a los que me aman, Y me hallan los que temprano me buscan" Prov: 8: 17
Otra de las cosas que aprendí es que: Hoy en día... Vemos las cosas que Dios ha creado como "Ah sii! Eso lo hizo Dios pero que aburrido!! Más no pensamos que lo hizo con sus propias manos y su voz!! La creación de Dios es preciosa la cual no tiene comparación!! 



"Desde el princpio tú fundaste la tierra, Y los cielos son obra de tus manos" Salmo: 102: 25


¿Estás dispuesto a escuchar la voz de Dios, a meditar en ella y a obedecerla?

Todo lo que vemos a nuestro alrededor son creación de Dios!! ¿Le estás agradecido?

Sé un Budin Feliz

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